Por José García Sánchez
X: @Josangasa3
Las filas de automóviles en las madrugadas que conducían a las gasolineras para comprar gasolina a causa de la restricción que imponía la lucha contra el huachicol, fue la primera victoria social de Andrés Manuel López Obrador. En algunos lugares las filas se convirtieron en lugar de feria, las colas de coches estaban acompañadas por vendedores de tamales y café y pan. Era, el simple hecho de ver las filas, un espectáculo nunca antes visto en el país.
Todavía la clase media no padecía el odio que fue dejando crecer sin atender a tiempo en su interior, como cáncer terminal en sus grupúsculos de café. Había un acuerdo implícito que permitía dar los primeros pasos a la Cuarta Transformación sin tropiezos, incluso sin mal humor.
Los trabajadores de las gasolineras trabajaban sin descanso. Las calles volvieron a ser habitadas toda la noche. Familias, hombres y mujeres que formaban las filas en sus automóviles sin la conciencia algunos de tomarlas como parte del cambio, volvieron a ver el amanecer desde las calles del país. Era obligado el saludo nocturno a pesar de no conocer a quienes pasaban. Hubo sonrisas, casi fiesta. Las campanas doblaban turno.
La seguridad la impuso, desde un principio del sexenio, la cantidad de habitantes que alrededor de las gasolineras caminaba. El olor de la noche entraba montado en el viento por las ventanas. Las tiendas erraban más tardes, las luces no se pagaban, el amanecer llegaba más temprano.
El objetivo común de tomar gasolina creó necesidades indirectas, desde el hecho de volver a cenar quesadillas de seso y panza hasta fumar un cigarrillo sin nada más que hacer que esperar su turno. Había mucho que pensar, el país estaba cambiando y lo obligábamos a cambiar todos.
Las parejas se regalaban la noche sin tapujos, las estrellas volvieron a aparecer entre las nubes, los pasos solitarios e la desolación se volvieron un coro de pisadas oníricas. La Luna parecía no ser la misma. Algo estaba cambiando.
La gente se convirtió en sol. le arrebató la oscuridad a la noche, durante varios días. Se libraba la primera batalla, para que muriera lo viejo y acabara de nacer lo nuevo, se trazaba la línea entre el pasado y el presente. Se creaban puentes que en otros tiempos eran fronteras y la noche olvidó su silencio para regresar a la conversación olvidada con el vecino, el prójimo, el cercano. Algunos volvieron a platicar en familia. Era de noche y la prisa era cosa de la luz del día.
La noche se hizo día bajo la luna, forjó una jornada que le secuestraba el descanso a los mexicanos pero no los sueños. Esas noches marcaron el principio del final de la gran pesadilla.
El insomnio fue borrado por los sueños. Hace casi seis años los días eran circulares, dormir era una lejana voz que se alejaba del descanso. Una metáfora del despertar. Algunos abrieron los ojos en medio de la oscuridad de la noche mientras la gasolina formaba ríos de color azul y verde.
No era el cambio climático el que forzaba a estar despierto en la noche, que se hizo día, era el cambio simplemente.