Por José García Sánchez
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Cuando se trabaja por las causas sociales, se caminan kilómetros en busca de la esperanza y se recorre la historia en cada paso, no se requiere un acuerdo social alrededor de estas actividades tan nobles cuando la vida se dedica a la lucha, como es el caso de la necia búsqueda de la utopía que las madres de hijos desparecidos realizan todos los días.
El autoritarismo tuvo fauces tan enormes que pudo engullir personas, jóvenes, mujeres, niños, pero no su dignidad. Castigó la disidencia hasta el exterminio, pero se les vino el mundo encima, ante sus propios excesos y sucumbieron ante la lucha de los indignados.
Las causas profundas de la sociedad arrojan líderes naturales que alcanzan niveles de aprobación popular en sus municipios, estados y regiones que fácilmente pueden competir con los candidatos de cualquier partido político y ganar.
La sociedad tiene por hábito de sobrevivencia organizarse para hacer valer su voz. Desde el régimen anterior un ciudadano común y corriente carecía de importancia. Sus causas no eran las del gobierno en muchos casos los problemas de los mexicanos eran contrarias, a muerte a las de quienes gobernaban
Gobernados y gobernantes no eran complemento sino dos frentes de guerra en el infinito campo de batalla de la lucha diaria. Ante el peligro de que esas causas sociales rebasaran los límites del anonimato, se reprimía, ahora se elevan a cargos de decisión y se exponen al escrutinio de la población.
Es el caso de las madres buscadoras quienes tienen en su andar cotidiano una esperanza viva, una lucha permanente contra la muerte y una actitud firme ante las autoridades. En México los regímenes autoritarios desaparecían personas sin miramientos. Una costumbre heredada de los regímenes de la revolución que incluso fue considerada una manera de preservar la paz social, aunque en realidad eran crímenes de lesa humanidad. Se reprimía en nombre de la tranquilidad de tofos los mexicanos.
Nohemí Martínez Martagón, es madre de Luis Alberto Calleja Martínez, de 25 años, desaparecido en Poza Rica, Veracruz, el 18 de septiembre de 2010, en el sexenio genocida de Felipe Calderón y la gubernatura de Fidel Herrera, uno de los más corruptos gobernadores que haya tenido Veracruz.
La búsqueda de su madre logró ubicar a dos de los policías federales que lo detuvieron esa noche, uno está prófugo y el otro encarcelado, pero no por eso se conoce el paradero de Luis Alberto. Su madre busca en cada trozo de tierra un indicio que conduzca a saber dónde está su hijo.
En esa búsqueda compleja, difícil, que mucho denominan imposible, Nohemí ahora busca la presidencia municipal del lugar donde su hijo desapreció, Poza Rica. El conocimiento de las entrañas de la tierra inhóspita, yerma, es también saber sobre el interior del monstruo que fue el gobierno y las necesidades de madres que buscan lo mismo a lo largo y ancho del territorio nacional.
La tarea natural de las madres buscadoras tiene que ver con establecer diálogos con todos, más allá del añejo maniqueísmo de buenos y malos. Todos pueden dar una vertiente que conduzca a la verdad, al hallazgo, a la trágica alegría de encontrar un trozo de tela o un zapato zafado en la lucha desigual.
Hace falta en la política decisiones audaces, que las hay en algunos niveles de gobierno, pero esos cargos no son producto de la interlocución con seres marcados por la adversidad propia y extraña.
Es decir, el liderazgo vendrá ahora de una lucha previa y no de una burocracia partidista que hace candidatos por escalafón a gente sin los conocimientos ni sensibilidad necesarios.
La búsqueda de un hijo implica la interlocución de todos los niveles de gobierno, de todos los grupos de personas que dentro o fuera de la legalidad, trabajan diariamente en el país, violentando o pacificando, pero su palabra puede ser una pista para encontrar lo que se busca desesperadamente.
Conocer estos lenguajes hablar estos idiomas, visitar esos lugares, cuestionar la prepotencia que todos los regímenes curre, crea un ser político con atribuciones muy sólidas, un inevitable liderazgo y una sensibilidad a flor de piel.
Es hora de impulsar líderes surgidos no sólo del pueblo sino de las causas sociales de la lucha por la dignidad, la libertad, que apostaron su vida a situaciones adversas que fortalecen la vocación de servicio y hacen sólidas las ideas de la gente.
Mientras las madres buscan a sus hijos, víctimas de la represión, hacen consenso y dialogan en el infierno hasta con el demonio. De esos políticos hacen falta en México, aquellos que saben que la esperanza también tiene asidero en la realidad y la lucha debe estar asentada en la verdad.
El tiempo de volver a ver el rostro del candidato con la confianza de que su trayectoria no es producto de la fantasía de su partido ni sus ideas una moda pasajera. El compromiso más allá de los colores está en el liderazgo natural.