Por José García Sánchez
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La Organización de Estados Americanos es un foro internacional que tiene como interlocutor a los gobiernos y no a las disidencias, ni de partidos políticos ni de grupos inconformes; sin embargo, nunca ha sido una organización que sirva a las mayorías sino que se inclina por favorecer a las élites y los líderes que son sumisos a los intereses de Estados Unidos, a través de la injerencia.
La victoria de la Revolución Cubana, en 1959, fue uno de sus primeros enemigos. Apenas cumpliría 11 años de haberse conformado y ya tenía en la mira al gobierno de Fidel Castro. Es decir, trabajaba en favor de la disidencia cubana, buena parte de ella instalada en Miami, desde semanas antes de la victoria del 1 de enero. En ese momento encabezaba la OEA, uruguayo, José Antonio Mora, quien sacó de la OEA al gobierno revolucionario que lucho por su libertad.
Es una tradición que se ha intensificado desde que llegó Luis Almagro, quien se identifica con la derecha y le ha abierto las puertas de su oficina en más de una ocasión a los panistas que van a denunciar al gobierno de México, desde que lo encabeza Andrés Manuel López Obrador. La OEA perdió desde su infancia, a los once años, la inocencia.
Cuando Fidel Castro declaró que la de Cuba era una revolución socialista en 1962, fue la razón por la cual José Antonio Mora, obedeciendo los designios del entonces presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, señaló que “la adhesión de cualquier miembro de la Organización de los Estados Americanos al marxismo-leninismo es incompatible con el Sistema Interamericano”.
La expulsión se sometió a votación, entonces sólo contaba con 21 miembros, 16 a favor se abstuvieron Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador y México y el voto en contra de La Habana. Todos, a excepción de México, rompieron relaciones diplomáticas con Cuba, fue el principio del bloqueo y de los pretextos para invadir militarmente la isla en Bahía de Cochinos y Playa Girón.
En la intentona murieron 100 invasores, y fueron aprehendidos 1,200 de ellos. De la parte de la isla murieron 7 cubanos auténticos y resultaron heridos 53 civiles.
Es decir, sin este puente que tendió la OEA a la intención golpista de la disidencia cubana, no hubiera habido tantos muertos, la mayoría de parte de los invasores, algunos de ellos cubanos enemigos del régimen de su país.
Desde entonces la OEA ha contradicho, los principios que le dieron vida, y que sigue sosteniendo, engañando ingenuos y sirviendo de herramienta a los golpes de Estado como lo hiciera en Bolivia y Perú, reconociendo, de inmediato a los gobiernos golpistas de Jeanine Áñez y Dina Boluarte. Además de la marcada enemistad con los ex presidentes de Brasil, Dilma Rouseff y Luiz Inacio Lula da Silva, también objetivos de golpes de Estado blandos, que parecieran impulsarse desde las oficinas de Almagro, en 17th Street y Av. Constitución, en Washington D.C. Donde puede verse la leyenda: “Más derechos para más gente”.
Por si no fuera suficiente la trayectoria conservadora de Almagro, informó que solicitará a la Corte Penal Internacional que ordene el arresto de Nicolás Maduro, a quien acusó de haber perpetrado un baño de sangre contra manifestantes luego de darse a conocer los resultados de las elecciones.
Ningún medio ha informado sobre muertos, represión, encarcelamiento, a pesar de que son grupos de la oposición quienes llaman a CNN para avisar que estarán presentes en los lugares que queman destruyendo o tratan de derrumbar, para culpar a la parte oficialista.
Almagro está incondicionalmente al servicio de los gobiernos de derecha, cuando la embajada de México fue invadida por la política y el Ejército de Ecuador, nunca abrió la boca. Ni condenó la irrupción armada.
La OEA se convierte en un centro continental del golpe de Estado para derrocar regímenes constitucionales electos democráticamente en el continente. Su intervención es delictiva y puede acusársele de promover el homicidio, el sabotaje y la represión.