Por José García Sánchez
X: @Josangasa3
Aseguran no hacer caso de las encuestas pero las tienen clavadas en el corazón con una estaca de madera de acacia. Así lo demostró una clase media sin la mínima esperanza de ganar en las elecciones, su amargura expresada con violencia ante sus semejantes así lo comprueba.
Al mismo tiempo saben que sus casas encestadoras Massive Caller y México elige, están alterada, por decir lo menos. Y saben perfectamente que no ha empate técnico sino una distancia abismal del primer lugar. Están más cerca del tercer lugar que del primero.
La marcha que no llegó a 95 mil personas mostró que van a perder, el debate lo certificó. Ante esta realidad la amargura se apodera de quienes se ven perdidos, aunque no les haya arrebatado nada más que la ilusión de sentirse superiores a otros.
La justificación para asistir a la marcha radica en que antes estaban mejor y que ahora están peor que nunca, no sólo ellos todo el país. La visión parcial de una minoría es propia de las democracias, pero también característica de las monarquías.
El enojo no puede ser ocultado y por eso escogen las calles. No dan a conocer nada nuevo, no denuncian actitudes que no hayan demostrado antes sino que tienen en la calle la única manera de sentirse acompañados, donde el anonimato de las masas pueda disimular la agresión hacia el resto de los mexicanos a los que desprecian profundamente. No se trata de una manera de protestas sino una manera de mitigar la soledad en la que los hunde su desgracia.
Los participantes rosas son los mismos que años atrás querían desaparecer las marchas porque le impedían ser puntuales en sus desayunos y comidas. Son los que querían crear un manifestódromo, lejos de la ciudad de México donde se expresara el inconformismo y se diera a conocer lo que los medios ocultaban. Ahora, los medios están de su parte, no hay inconformidad que no haya parecido en un espacio destacado de los medios de información convencionales.
Los gritos desaforados, llenos de odio contra los reporteros y youtubers son muestra de que por fin identifican que hay una alternativa informativa y de que mienten a través de los medios que tienen por costumbre narrar la realidad parcialmente.
Para la derecha la calle es su punto de desahogo, el espacio donde pueden externar ocultos entre rostros desconocidos la ira que les produce la frustración de no poder conservar sus privilegios y a veces ni eso. Simplemente se les extravía la convicción de ser superiores a otros.
Quien en realidad los mueve es el Presidente, tienen algo que no les parece y que produce un odio al extremo de querer exterminarlo, literalmente hablando. Algo que debe agradecer esa clase media al Jefe del Ejecutivo fue que los sacó de su lugar de confort para forzarlos participar en política.
Aunque en este sexenio no hayan perdido nada, el odio no sólo permanece sino que crece. Es el enemigo a vencer, en quien no pueden dejar de pensar un solo minuto y siempre colocan en el centro de sus conversaciones con más adjetivos que razones.
Estas expresiones callejeras no pueden llamarse de otra manera que las marchas del odio, que sólo pueden ser acompañadas por un discurso violento de su candidata que no les conduce más que al desahogo, a la mentada irracional en lugar del razonamiento elaborado, propio de los seres humanos.
Las marchas para ese tipo de segmentos disociados de la sociedad con ideología dispersa y conductas incongruentes son una terapia. Seguramente al día siguiente llegaron más serenos, convencidos de que cumplieron con su deber cívico, ya si van a votar o no, es lo de menos. Ya saben que van a perder.
Foto: Francisco Guasco | Crédito: EFE