Por Aldo San Pedro
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Desde que Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022, la dependencia ucraniana del respaldo occidental ha sido determinante en su resistencia frente a la ofensiva militar rusa. Estados Unidos y Europa han desempeñado un papel clave en el suministro de apoyo logístico y financiero. Sin embargo, la reciente llegada de Donald Trump a la presidencia ha modificado de manera drástica la dinámica diplomática, lo que podría alterar los equilibrios estratégicos en la región.
La nueva administración en Washington ha impulsado negociaciones directas con Rusia, excluyendo a Ucrania y a sus aliados europeos. Estas conversaciones, celebradas en Arabia Saudita, han generado la percepción de que Estados Unidos intenta imponer un acuerdo de paz que favorece sus propios intereses geopolíticos. La falta de consulta con las partes directamente afectadas ha encendido alarmas en la Unión Europea, debilitando la confianza en la mediación estadounidense y en la estabilidad del bloque occidental.
Las declaraciones de Trump sobre la posibilidad de finalizar el conflicto en un plazo de 24 horas han sido recibidas con escepticismo en la comunidad internacional. La ausencia de un plan concreto y las recientes interacciones con Vladimir Putin sugieren que la estrategia estadounidense prioriza la rapidez sobre la viabilidad de un acuerdo sostenible. Cualquier negociación que ignore los intereses ucranianos podría derivar en un alto al fuego precario, con un alto riesgo de reactivación del conflicto a corto plazo.
El presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, ha manifestado su preocupación por la exclusión de Ucrania de las conversaciones. Paralelamente, líderes europeos como Olaf Scholz y la primera ministra sueca han advertido que cualquier acuerdo que ignore las preocupaciones de Ucrania podría resultar en una paz inestable, que beneficiaría a Rusia y debilitaría la cohesión del bloque europeo. La historia ha demostrado que las soluciones impuestas rara vez garantizan estabilidad a largo plazo.
La posibilidad de que un acuerdo unilateral contemple la cesión de territorios ucranianos a Rusia es uno de los mayores temores del bloque occidental. La comunidad internacional reconoce que este escenario no solo socavaría la soberanía ucraniana, sino que también sentaría un precedente preocupante en el contexto de futuras agresiones. La fragmentación de la OTAN y el debilitamiento de la disuasión militar europea representarían consecuencias a largo plazo difíciles de revertir.
La OTAN ha identificado a Rusia como la principal amenaza a la estabilidad euroatlántica y ha reforzado su postura de defensa en múltiples frentes. La adopción de un enfoque estratégico de 360 grados ha sido fundamental para garantizar la seguridad del bloque, mediante la modernización de capacidades defensivas y el fortalecimiento de la cooperación militar entre sus miembros. En este contexto, cualquier concesión a Moscú podría interpretarse como un debilitamiento de la postura occidental frente a futuras crisis.
El apoyo militar que Rusia ha recibido de países como China, Irán y Corea del Norte ha sido un factor clave en la prolongación del conflicto. Esta asistencia ha permitido que Moscú mantenga una estrategia ofensiva sin necesidad de realizar concesiones inmediatas. En este escenario, una paz prematura podría ser utilizada por Rusia para reagrupar fuerzas y consolidar su presencia en los territorios ocupados, prolongando así la inestabilidad en la región.
A corto plazo, Ucrania enfrenta un escenario de fatiga de guerra. La escasez de recursos y la falta de superioridad aérea han debilitado la moral del ejército ucraniano. Hasta la fecha, solo ha recibido el 30% del armamento necesario para sostener su defensa de manera efectiva. Este déficit obliga a Kiev a replantear su estrategia, priorizando la construcción de fortificaciones defensivas y la contención en lugar de lanzar nuevas ofensivas que podrían resultar insostenibles.
A largo plazo, la reconstrucción militar de Rusia representa un desafío ineludible. Se han identificado cuatro posibles modelos de reestructuración de sus fuerzas armadas, que van desde un enfoque de modernización tecnológica hasta la recuperación de estrategias militares basadas en la movilización masiva y el uso de armas nucleares tácticas. La cooperación con China e Irán garantiza que, a pesar de las sanciones occidentales, Rusia tenga la capacidad de recomponer su aparato militar en los próximos años.
Desde 2022, la crisis de refugiados ucranianos ha alcanzado cifras alarmantes. Más de 6.3 millones de personas han sido registradas en Europa como desplazadas, lo que equivale al 15% de la población ucraniana. Se estima que entre el 20% y el 31% de la población del país podría disminuir para 2052 debido a la guerra, la migración y la reducción de la tasa de natalidad. La integración de estos refugiados en los países receptores ha sido irregular, y la falta de oportunidades laborales y educativas podría generar una crisis humanitaria prolongada, afectando la estabilidad de la Unión Europea.
El futuro de la seguridad global dependerá de las decisiones estratégicas que se tomen en los próximos meses. Existen cuatro posibles escenarios postguerra, que van desde una nueva Guerra Fría con una fuerte militarización y tensión constante, hasta una Paz Fría basada en acuerdos estratégicos limitados. Además, el posible colapso del tratado New START en 2026 podría desencadenar una carrera nuclear, aumentando significativamente el riesgo de confrontación entre las potencias globales.
En conclusión, la estrategia de Trump para resolver el conflicto Rusia-Ucrania podría generar una paz inestable, que lejos de garantizar la seguridad en la región, solo postergue una nueva escalada del conflicto. La comunidad internacional debe mantener una postura firme para evitar que la política unilateral de Washington socave los principios de la seguridad colectiva. Solo a través de una negociación equitativa y la participación de todas las partes involucradas será posible construir una solución duradera y sostenible.
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