Por Ariel Abad Muñoz
Hace unos días, en Alberta, Canadá, se celebró la reunión del Grupo de los Siete (G7), ese foro donde las y los líderes de las naciones más poderosas del mundo convergen para coordinar esfuerzos en temas urgentes… y para ignorar otros con la misma elegancia. En esta ocasión, el medio ambiente, el deterioro de nuestros ecosistemas y las consecuencias cada vez más evidentes de la crisis climática quedaron, una vez más, reducidos a un par de menciones tibias y a la esperanza de que alguien más haga algo.
La carta fuerte de esta cumbre fue la Carta de Kananaskis, firmada por los países del G7 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido) y algunas naciones invitadas (Australia, India, México, Sudáfrica, Corea del Sur). Un compromiso para prevenir y enfrentar incendios forestales extremos a través del manejo forestal sostenible, el rescate de saberes indígenas como las quemas controladas, la cooperación internacional, la protección de la salud ante el humo transfronterizo, y mejores sistemas de alerta y respuesta. Todo muy loable, sí. Todo muy correcto.
Pero hay un detalle: no se menciona el cambio climático. Ese pequeño asunto que alimenta los incendios, prolonga las sequías y multiplica las catástrofes naturales. Expertos y organizaciones ambientales no tardaron en señalar la omisión. Algunos sostienen que fue una jugada para no incomodar a líderes como Donald Trump, hoy de regreso en la mesa, con su negacionismo intacto y su plumón rojo listo para tachar cualquier palabra incómoda.
Y lo cierto es que este tipo de simulación no es ajeno a nosotros. De hecho, la Carta de Kananaskis parece escrita con el mismo tono que hemos visto en muchos gobiernos mexicanos: declaraciones llenas de buenas intenciones, compromisos firmados con tinta verde, pero con políticas sin raíz ni resultados. Puebla no es la excepción.
Una vez más, un gobernador ha prometido el saneamiento del río Atoyac, ese viejo anhelo que ya es parte del paisaje discursivo de cada administración. Ahora, el rescate se integra al Plan Nacional Hídrico 2024–2030 con una ruta en cuatro etapas: diagnóstico, estudios, contratación y ejecución del primer tramo. Papel y planeación sobran. Lo que falta, como siempre, es voluntad transformadora.
Tal vez un día nos alcancen las acciones. Porque entre tanto compromiso firmado y tanto río prometido, seguimos esperando que la política ambiental deje de ser un documento… y se vuelva realidad.