Por Aldo San Pedro
X: @a_snpedro
En un mundo donde las decisiones energéticas configuran economías y definen relaciones internacionales, la política energética de Estados Unidos bajo el liderazgo de Donald Trump representa un factor crítico para entender los desafíos que enfrenta México. El gas natural, pieza clave en la matriz energética nacional, es también un recurso cuya dependencia de las importaciones estadounidenses subraya la necesidad de una estrategia integral que combine seguridad, sostenibilidad y soberanía.
México importa aproximadamente el 70% de su gas natural desde Estados Unidos, una cifra que, si bien refleja costos competitivos, también expone al país a riesgos geopolíticos. Las tensiones comerciales o migratorias podrían llevar al vecino del norte a utilizar el suministro como herramienta de presión. Durante el segundo mandato de Trump, se priorizó la seguridad energética interna, restringiendo exportaciones clave como el gas natural. Este escenario pone de manifiesto la vulnerabilidad de México y la urgencia de diversificar sus fuentes de energía, incluyendo la importación de gas natural licuado (GNL) desde regiones como Asia y Medio Oriente.
En el ámbito interno, el panorama también ofrece oportunidades para reducir esta dependencia. Con 17.5 billones de pies cúbicos de reservas probadas y más de 545 billones de recursos no convencionales recuperables, México tiene el potencial de convertirse en un líder regional en producción de gas natural. En 2024, el consumo de gas natural en el país alcanzó los 8,200 millones de pies cúbicos diarios, de los cuales el 70% provinieron de Estados Unidos. Yacimientos como Ixachi, Quesqui y Lakach representan pilares estratégicos para incrementar la producción nacional. Sin embargo, alcanzar la meta de producir 5 mil millones de pies cúbicos diarios para 2030 requiere superar barreras tecnológicas y regulatorias, como las restricciones al fracking y la falta de infraestructura de procesamiento y transporte. Es crucial explorar nuevas tecnologías sustentables que minimicen el impacto ambiental de la extracción de hidrocarburos no convencionales, como la estimulación asistida por radiofrecuencia, el uso de fluidos no tóxicos y sistemas avanzados de reciclaje de agua. Estas innovaciones podrían convertir esta técnica en una opción viable y responsable, siempre que se implementen con rigurosos estándares ambientales y sociales.
El caso de la infraestructura también merece atención prioritaria. Actualmente, la capacidad de almacenamiento de gas natural en México es de apenas siete horas de consumo, muy por debajo del estándar internacional de 30 días. Esta situación limita la resiliencia ante interrupciones en el suministro y subraya la necesidad de invertir en almacenamiento subteráneo y terminales flotantes de regasificación. Además, se requieren al menos 5,000 kilómetros adicionales de gasoductos para garantizar el acceso en regiones como la Península de Yucatán y el Bajío.
En el contexto geopolítico, el gas natural está adquiriendo un papel cada vez más relevante como herramienta de influencia global. Estados Unidos ha utilizado su capacidad exportadora para fortalecer alianzas estratégicas y presionar a países dependientes de su suministro. Esta dinámica destaca la necesidad de que México reduzca su dependencia y diversifique sus socios comerciales, no solo para asegurar su soberanía energética, sino también para posicionarse como un actor influyente en el mercado internacional de GNL. Las exportaciones de gas natural podrían convertirse en un instrumento de diplomacia energética, fortaleciendo relaciones con Asia y Sudamérica mientras reduce la vulnerabilidad ante tensiones con Estados Unidos.
El crecimiento global de la demanda de GNL, proyectada en un 60% hacia 2030, presenta una oportunidad estratégica para que México aproveche su ubicación geográfica privilegiada. Con acceso a los océanos Atlántico y Pacífico, el país está en una posición única para convertirse en un puente energético entre Asia, Sudamérica y Norteamérica. El desarrollo de terminales de licuefacción en Altamira y Salina Cruz podría posicionar a México como un actor relevante en el mercado internacional de GNL, diversificando sus ingresos y fortaleciendo su influencia global.
En paralelo, el gas natural desempeña un rol fundamental como combustible puente hacia una economía baja en carbono. Este recurso, con menores emisiones de carbono en comparación con otros combustibles fósiles, puede complementar la transición hacia energías renovables como la solar y la eólica. Además, iniciativas como la reducción del 40% de las emisiones de metano para 2030 y la adopción de tecnologías avanzadas de captura de carbono refuerzan el compromiso de México con la sostenibilidad. Tecnologías como sensores avanzados para detección de fugas y drones podrían evitar emisiones equivalentes a las emisiones anuales de Alemania, según estimaciones internacionales.
Sin embargo, estas oportunidades no están exentas de desafíos. La modernización de infraestructura, el desarrollo de capacidades tecnológicas y la regulación ambiental representan tareas urgentes que requieren colaboración entre el gobierno y el sector privado. Por ejemplo, la implementación de sensores avanzados para monitorear fugas de metano o la integración de plantas de captura de carbono podría reducir significativamente las emisiones del sector energético.
Además, el sector privado tiene un rol clave en el desarrollo de proyectos innovadores. La producción de biometano y el uso de infraestructura existente para la distribución de hidrógeno verde representan alternativas sostenibles al gas natural convencional. Estos avances no solo posicionarían a México como un líder en innovación energética, sino que también contribuirían a reducir su dependencia de recursos importados.
En este contexto, es indispensable adoptar un enfoque integral que priorice la diversificación de proveedores, el fortalecimiento de la infraestructura y la transición hacia tecnologías sostenibles. La articulación entre las políticas públicas y la inversión privada será crucial para transformar los retos en oportunidades y consolidar un sistema energético resiliente y competitivo.
El futuro del gas natural en México está condicionado por la capacidad del país para adaptarse a los cambios del contexto internacional y aprovechar sus ventajas comparativas. La mejor conclusión es que México enfrenta una oportunidad estratégica para transformar su sector de gas natural en un pilar de seguridad energética y competitividad global, pero debe abordar urgentemente su alta dependencia de importaciones, modernizar su infraestructura y apostar por tecnologías sostenibles para alinearse con las demandas internacionales. La colaboración entre gobierno y sector privado será crucial, especialmente ante el impacto geopolítico de las políticas energéticas de Estados Unidos bajo el liderazgo de Donald Trump.
aldo.sanpedro.miron@gmail.com