Acabar con la polarización

Por Aldo San Pedro

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La polarización política en México ha alcanzado niveles alarmantes en los últimos años, exacerbada por la reforma al Poder Judicial y otras decisiones cruciales del gobierno. Este ambiente de confrontación constante entre simpatizantes de Morena y la oposición ha hecho más difícil el diálogo democrático, lo cual es riesgoso para el desarrollo de nuestra sociedad. Si bien la reforma judicial es uno de los puntos clave en esta división, recordemos las palabras del presidente Andrés Manuel López Obrador en su campaña de 2018: su propuesta de acabar con la corrupción no solo fue un motor para su victoria, sino una promesa de unir a la sociedad hacia un objetivo común.

 

Hoy, combatir la polarización puede ser un pilar sobre el cual construyamos una sociedad más integrada.

 

La democracia se fortalece cuando hay diversidad de ideas y voces que dialogan en un marco de respeto. Celebro el impacto positivo que las políticas del gobierno actual han tenido en los sectores más vulnerables: programas como el apoyo a los adultos mayores, becas para jóvenes, y los incrementos en los salarios mínimos son logros indiscutibles. Sin embargo, para que nuestra democracia prospere, es vital contar con una oposición fuerte y constructiva que actúe como un contrapeso y ofrezca alternativas viables.

En estos años, Morena ha impulsado cambios trascendentales. La redistribución de la riqueza a través de programas sociales ha transformado la vida de millones. Además, el empoderamiento de comunidades marginadas y la inversión en infraestructura han reducido desigualdades históricas, estableciendo una nueva relación entre el gobierno y el pueblo. Estas acciones han marcado un antes y un después en la política mexicana, demostrando que un enfoque centrado en las demandas populares puede generar resultados tangibles.

Pero debemos ser conscientes de que, aunque estos logros son significativos, no son suficientes por sí solos para garantizar una democracia saludable. Un gobierno, por más exitoso que sea, necesita ser cuestionado, vigilado y retado por una oposición fuerte.

Una democracia no se mide solo por la capacidad de su gobierno para implementar cambios, sino por la capacidad de su oposición para cuestionar, proponer y fiscalizar esos cambios. En democracias maduras como Alemania o Canadá, la oposición ha jugado un papel clave en la estabilidad política y en la creación de consensos. Estos países entienden que la alternancia en el poder no es una señal de debilidad, sino de madurez democrática. En México, la oposición no debería ser vista como un enemigo, sino como una pieza esencial del sistema. Es crucial que exista una oposición que esté dispuesta a trabajar por el bien común, incluso si sus propuestas son diferentes a las del gobierno en turno.

Desafortunadamente, la polarización ha llevado a una descalificación mutua que no beneficia a nadie. Al etiquetar al otro como «enemigo», cerramos la puerta al diálogo y nos alejamos de las soluciones que necesitamos como país.

El problema de la polarización no es exclusivo de Morena o de la oposición; es una barrera que nos afecta a todas y todos. Si bien las diferencias son naturales en una democracia, la intensidad del enfrentamiento actual ha hecho casi imposible encontrar puntos en común. La polarización no es solo un desafío político, sino también social. Nos ha dividido como nación, y mientras el foco esté en la confrontación, el diálogo será la primera víctima.

Un ejemplo de cómo se puede mantener un ambiente político más respetuoso es Uruguay, donde el Frente Amplio, una coalición de izquierda, ha gobernado en diferentes periodos sin perder de vista el respeto hacia la oposición. Esto ha permitido que el país mantenga estabilidad política y avance hacia el desarrollo. México puede aprender de estos casos, reconociendo que el desacuerdo no es una amenaza, sino una oportunidad para debatir ideas y encontrar soluciones comunes.

La sociedad civil juega un papel esencial en la reducción de la polarización. Como ciudadanas y ciudadanos, debemos actuar como contrapesos, demandando transparencia y rendición de cuentas, pero también creando espacios de diálogo. No se trata de estar en contra de los programas sociales o de las políticas del gobierno, sino de construir consensos amplios que hagan estos beneficios sostenibles en el largo plazo.

En Brasil, por ejemplo, la sociedad civil ha luchado contra la deforestación, a menudo enfrentándose a gobiernos polarizantes. Estos movimientos han demostrado que la acción colectiva puede influir en las decisiones públicas y ofrecer alternativas viables. En México, necesitamos más participación ciudadana, que actúe como puente entre las distintas fuerzas políticas, no como un refuerzo de las divisiones.

Reducir la polarización no significa evitar el disenso, sino aprender a manejarlo de manera constructiva. Es momento de que, como militantes de Morena, así como los miembros de la oposición, nos comprometamos a reducir la confrontación y priorizar el diálogo. La verdadera transformación de México no puede lograrse en un ambiente de constante enfrentamiento; requiere la participación activa de todas las fuerzas políticas y sociales, trabajando juntas en busca del bienestar de la nación.

Un paso concreto hacia esta meta podría ser la creación de foros abiertos de debate, donde gobierno y oposición puedan discutir públicamente los grandes retos del país, buscando soluciones conjuntas. Estos espacios permitirían que las diferencias se conviertan en oportunidades de crecimiento y aprendizaje mutuo.

En resumen, el éxito de Morena y de cualquier gobierno no solo depende de la capacidad de implementar políticas, sino también de la existencia de una oposición que lo cuestione de manera constructiva y que ofrezca alternativas viables. Para que la democracia prospere en México, necesitamos acabar con la polarización que nos divide y trabajar juntos por un objetivo común: el bienestar de todas y todos los ciudadanos.

Morena ha logrado avances importantes, pero el futuro de nuestra democracia depende de que todas las voces sean escuchadas y respetadas. Es momento de que, como sociedad, aprendamos a dialogar, a encontrar puntos en común y a respetar el derecho a disentir.

 

La verdadera transformación solo será posible si participamos activamente, construyendo puentes y respetando la diversidad de ideas.