En medio de una ola de frío con temperaturas descendiendo hasta los -14 grados centígrados, los equipos de rescate enfrentan desafíos significativos para llevar a cabo las operaciones de auxilio.
Además de los lamentables fallecimientos (113 en Gansu y 14 en Qinghai) y los numerosos heridos, se reporta la desaparición de al menos 20 personas, mientras los equipos de rescate utilizan drones, excavadoras y topadoras para localizarlos en condiciones climáticas adversas.
Las autoridades chinas, en respuesta a la magnitud del desastre, han declarado una respuesta de nivel II al siniestro.
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El Gobierno chino ha desplegado más de 2 mil bomberos, médicos y material sanitario a la zona del desastre. Las fuerzas armadas también participan en las operaciones de rescate, para las cuales se ha asignado un fondo de 200 millones de yuanes (alrededor de 28 millones de dólares).
El presidente chino, Xi Jinping, ha instado a las autoridades locales a realizar «todos los esfuerzos posibles» para tratar a los heridos, reparar la infraestructura y reubicar a los afectados.
Este terremoto es el más mortífero en China desde el ocurrido en agosto de 2014 en la provincia de Yunnan, que dejó 617 fallecidos, aunque aún lejos de la tragedia de 2008 en la provincia de Sichuan, donde perecieron al menos 70 mil personas.
Se informa que la escasa resistencia sísmica de los edificios en las regiones afectadas ha contribuido significativamente al número de víctimas. El terremoto, ocurrido durante la noche, limitó la capacidad de evacuación.
Hasta el martes por la mañana, se habían asignado un total de 111 mil 500 artículos de socorro para cubrir las necesidades básicas de los afectados.
El epicentro se localizó en la zona noreste de la meseta tibetana, una región sísmica propensa a terremotos debido a la cercanía de las placas tectónicas de Asia y la India en el Himalaya, según el Centro de Redes Sismológicas de China.