Por José García Sánchez
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Las posibilidades de un golpe de Estado en México tienen su origen en dos causas fundamentales: la primera tiene que ver con la velocidad con la que sucedieron los cambios del gobierno federal, transformaciones que la derecha, instalada en el poder, consideraba sucedería en 30 años. No les sorprendió el contenido ni el objetivo sino la rapidez con que sucedieron y se impusieron.
Para los conservadores los cambios deben suceder como una pausa en el tiempo, un error de los electores un paréntesis en la historia. Por ello quieren magnificar los errores de la Cuarta Transformación, cuestionamientos que convierten en estrategia política y en la púnica consigna que los identifica. Están acostumbrados a hilvanar anécdotas para convertirlas en el hito de la historia platicada por ellos. Una historia oficial, trunca, mutante, desmembrada por la que han caminado como su único bagaje cultural.
La falta de cultura política y el nulo conocimiento de la historia de la oposición le impidieron por cinco años luchar en la arena política. No fueron capaces sus integrantes de equilibrar fuerzas, crear ideas y colocar propuestas en el debate.
A estas alturas la oposición sólo tiene dos caminos: pelear en las urnas hasta desaparecer, o bien, organizar un golpe de estado.
Para los conservadores estos años deben ser menospreciados, devaluados, minimizados, para demostrar a los mexicanos y al mundo que no perdieron el poder sino que fue un accidente electoral de los votantes, no pasa nada. La victoria electoral de la oposición se contrapone a la democracia, hay ahora suficientes candados como para intentar un fraude electoral que no sea descubierto tarde o temprano, de ahí que deban escoger otro camino para saberse liberados del error de los votantes.
Si la derecha vuelve a perder las elecciones ya no sería error sino consolidación del contrincante. Su estructura se rompería, sus redes de complicidades perderían cohesión, su fuerza dentro y fuera del país disminuiría y la derrota será más fuerte que la primera vez porque sería la muestra de que están fuera de la jugada electoral, camino que escogió la población por la vía democrática.
La derecha mexicana no está preparada para una segunda derrota en las urnas, su fragilidad real, que se descubre al no tener en el gobierno el apoyo y complicidad acostumbrados la vuelve cada día más vulnerable. El dinero se les acaba porque debieron gastar más en las campañas contra el gobierno, alquilar columnistas como antes lo hacía el gobierno, para desestabilizar al poder actual, y si a esto sumamos que deben pagar impuestos, vemos que sus riquezas disminuyen constante y severamente.
Desde luego que la ayuda de Estados Unidos sería indispensable en la organización de un golpe de estado contra la democracia mexicana. Su aparente calma respeto a las disposiciones políticas de la Cuarta Transformación contrasta con la actividad que en materia de subsidios envía a las organizaciones que podrían ser receptoras de recursos y destinarlos al golpe, de manera discreta y encubierta, como son las asociaciones civiles y fundaciones, que controlan los mecenas de los partidos políticos en México.
Los grandes diques de contención del golpe se suman, anteriormente eran solamente la popularidad del presidente y la lealtad de las fuerzas armadas; ahora, será más difícil ante la solidez de la democracia mexicana y el fortalecimiento de la ideología de Morena.